Marzo 2016
No se ha perdido la oportunidad de poner sobre la mesa, allá donde se da el momento y lugar, la demanda de las 35 horas, las horas de cortesía o cualquier recurso que nos devuelva alguno de los derechos que tan graciosamente nos fueron arrebatados. La última ocasión fue durante una reunión de mesa general de empleados públicos en la que se recordó y exigió que se ejecutase el acuerdo plenario que, por unanimidad, instaba a negociar nuevamente la jornada laboral . Durante la reunión Carolina Blasco se desmarcó de compromiso alguno con un bonito término: acuerdos declarativos. Según la responsable de Personal los acuerdos plenarios pueden llegar a considerarse meras declaraciones de intenciones.
Se ha de entender que los acuerdos declarativos no son muy diferentes del canto que se hacía antiguamente en los anuncios de la Coca-Cola con los que se mandaba al mundo un mensaje de paz. Una hermosa representación sin deber alguno. Para hacerse una idea un acuerdo declarativo es, por ejemplo, el derecho a la vivienda.
Queda claro hasta donde llega una decisión plenaria cuando quien está llamado a desarrollarlo se lo toma de la manera descrita. Es el mismo espíritu, en la misma persona, que nos encontramos en el acuerdo para la equiparación retributiva del personal laboral con el funcionario. El famoso y ausente 5%.
Desde Personal se ha aprendido a esquiar entre los compromisos con términos como: se iniciará, se fomentará, se facilitará, se abordará... a la hora de firmar acuerdos. Conjunciones, todas ellas, en un futuro imperfecto con más garantías de imperfección que de futuro. Raramente se puede leer un predicado con tajante obligación de finalizar el trámite que dé fin a lo negociado -y menos cuando en ello se beneficia a parte de la plantilla-. Es la misma política empleada en las ceremonias funerarias celtas donde, al finado, se le enterraba con un exiguo ajuar que representaba todas sus pertenencias, una parte simbólica alejada de el todo: el Pars pro toto. Igualmente, veinticinco siglos después, se entierran acuerdos y promesas inconclusas, apenas declaradas, dándoles finados con tan sólo iniciarles.
No nos queda sino, teniendo reciente las Marzas, entonar esta coplilla que predica:
Quien por cumplido da el intento
por palabra tiene el viento.
Desde la Brigada, Rubén de la Peña
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